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Descargos para un concurso imposible
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En el primer destino del Viaje de Arquitectura de 2019 —San Pablo—, docentes de la Escola da Cidade nos confesaron, con esa entrañable cadencia paulista, que nuestro viaje era para ellos un «objeto de deseo». Para nosotros seguramente sea posible entender la Casa de la Rifa como parte de esa misma hazaña institucional: la materialización —concurso mediante— de un proyecto ideado por estudiantes de grado y elegido por docentes de su casa de estudio, que anualmente se convierte en el premio principal de la lotería que posibilita el viaje colectivo.
Pero en un esfuerzo por dejar a un lado la fascinación por el mecanismo y su producto, vale la pena tomar distancia y preguntarse qué es lo que realmente se construye al margen de ese «objeto de deseo». ¿Para qué lo hacemos? ¿Cómo lo hacemos? ¿Qué obtenemos? ¿Cuál es su rol didáctico y académico? ¿Cómo impacta en el quehacer disciplinar, en la enseñanza de proyecto y en la forma como vemos nuestra sociedad y respondemos al desafío recurrente de repensar lo doméstico?
En otras palabras, cómo podemos leer entre las múltiples líneas posibles para construir reflexiones a largo plazo. Este texto pone el foco en el futuro de este subproducto de la empresa Rifa de Arquitectura con la intención de repensar el concurso para la Casa de Arquitectura Rifa por medio de cinco claves operativas.
El concurso como proceso didáctico y formativo
Hay que entender el concurso como uno de los primeros trabajos autónomos a los que se puede enfrentar un estudiante. Replica un formato similar al curricular —como es la entrega semestral de los talleres—, pero con autonomía y trabajo en grupos generalmente más numerosos, además de otros ingredientes excepcionales. Someterse a la práctica del proyecto sin el acompañamiento docente (pero sí a su evaluación) es un evento singular en la carrera hacia el título de grado.
Es así que el concurso replica el modelo de entrega y fallo académico, valorando el producto final sin contar ni cuidar el proceso de ideación y producción, que se gesta en pleno año académico y ha sido llevado a niveles de intensidad y eficiencia sin precedentes por el Plan de Estudios 2015.
Parece que las posibilidades didácticas y formativas del concurso podrían explotarse aun más en este nuevo escenario. Quizá sea posible repensar una agenda anual para integrar la instancia de concurso como parte del programa académico, o, al menos, que le permita al estudiante encontrar un espacio en su agenda para una reflexión asentada y genuina. Esto es aun más acuciante si se tiene en cuenta que en el escenario actual de liberalización de los contenidos del Departamento de Enseñanza de Anteproyecto y Proyecto de Arquitectura (DEAPA) de la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) un estudiante puede finalizar la carrera sin haber proyectado nunca una vivienda individual. El concurso se convierte entonces en una oportunidad perfecta para explorarlo.
El concurso como juego de jurados
La existencia de múltiples cátedras de proyecto se cimienta en las diversas formas de ver la disciplina, sus didácticas asociadas y la experticia/formación de sus cuadros docentes. Y los jurados —respondiendo en parte a los intereses y afiliaciones de esas cátedras— trasladan evidentemente estas visiones a la hora de premiar a los concursantes. El diseño de grupos evaluadores (jurados y asesores) parece ser uno de los aspectos más importantes para repensar en el concurso. La búsqueda de representatividad de las múltiples visiones que existen en la FADU en general y en las cátedras de Proyecto en particular puede ser un aporte que enriquezca y amplifique lo que tenemos para decir como colectivo en estas instancias decisorias.
Este camino podría perseguir incluso aperturas y modelos más diversos, donde se propongan equipos —como ha sucedido excepcionalmente en el pasado— con participación del área proyectual, el área tecnológica e histórico-crítica obligatoriamente, fomentando visiones profundas del hecho material que enriquezcan los fallos y eviten la monotonía ideológica, formal y conceptual en las premiaciones.
El concurso como producto imaginado
Salvo el primer premio, los productos del concurso estarán condenados a ser papel imaginado. La forma de expresar esas imaginerías es quizás lo que más habla de cómo ideamos y comunicamos nuestros proyectos. La proliferación de escenas hiperrealistas, de situaciones fabricadas, autoengaños y tácticas comunicacionales dudosas es quizá más importante que el producto terminado en sí. Son materia prima del debate: los verdaderos argumentos produciendo espacio y batallando en silencio o de forma histriónica por ese lugar en el podio.
El esfuerzo por ver y mostrar lo proyectado muchas veces se vuelve —al menos en dedicación horaria— más importante que la tarea misma de proyectar. Las visualizaciones que validan el proyecto que irá directamente al folleto de la Rifa son la representación última del deseo de convertirlo en arquitectura. Seguramente la tarea más difícil para el jurado sea, en definitiva, ver más allá de estas imágenes, sus motores de render, mapas, filtros y efectos.
Quizá sea el momento de encontrar caminos que preserven al proyecto y su construcción espacial del bombardeo de la imagen digital. A veces es reconfortante imaginar plataformas donde ver los espacios diseñados lejos de la sobreproducción, donde la competencia sea por la forma de ordenar la materia en el espacio y no por la fabricación de escenas de autovalidación. Otras múltiples herramientas digitales están disponibles, y el concurso bien podría plantearse el desafío de proponerlas desde sus bases.
El concurso como política construida
En la instancia de concurso se discute arquitectura, discurso, se argumenta con diagramas y desatan debates interminables sobre la composición volumétrica. Pero difícilmente se discuta de política o del marco ideológico-normativo asociado que la espacializa. Las decisiones de localización de suelo responden a decisiones administrativas y coyunturales de productos de venta tendientes a hacer cerrar la ecuación económica de la empresa del Viaje. Lo construido tiene las reglas que le impone la ciudad burocrática y seguramente se asuman como dato en lugar de problematizarlas y arriesgar. También el programa y sus áreas —con algún condimento extra— se repite cíclicamente en las bases, sin reflexionar quizás lo suficiente sobre los espacios que implícitamente diseña y sus modos de habitar asociados.
Entonces, las decisiones políticas fundamentales —el suelo y su localización, su normativa y el programa arquitectónico— están predigitadas y alejadas del debate académico. Seguramente una reflexión profunda sobre lo que el concurso construye en términos políticos sólo se logre revisando como colectivo académico estas variables, pudiendo, de paso, empujar la barrera normativa desde la academia para mover el aparato legal en los territorios en que se trabaja.
El concurso como patrimonio material
Un objeto singular y sistemáticamente teorizado en nuestra disciplina es la «casa de arquitecto»: un desafío proyectual muchas veces alejado de los vaivenes del comitente o de las diversas coyunturas proyectuales que se suceden en los procesos creativos. La Casa de la Rifa plantea una versión curiosa del fenómeno al tratarse de un proyecto ideado por estudiantes con la asesoría y validación de docentes de arquitectura y una asociación de estudiantes de arquitectura que funciona como un comitente velado o simplemente ausente.
El patrimonio construido por la Rifa hasta 2019 es (según la información disponible) de 66 proyectos (casas o conjuntos de casas). Esta serie habla de la transformación en el tiempo de aquello que la academia valida como producto doméstico, dejando traslucir las corrientes ideológicas imperantes.
Como aporte al parque inmobiliario, si bien no es significativo cuantitativamente, lo es sí en términos cualitativos. Esto abre preguntas evidentes sobre la conservación, transformación y devenir de los proyectos materializados individual y colectivamente, y si bien se analiza la serie desde la academia con cierta recurrencia, quizá sea necesario montar reflexiones más sistemáticas y constantes tanto en términos de investigación proyectual como en posibles tareas incluidas en el currículo, para aportar a la visión del patrimonio y su conservación, no solamente en su versión museificadora, sino como disección reflexiva y permanente del conjunto de obras.
Salida
Una condición intrínseca de cualquier objeto de deseo es justamente su capacidad de hablar más del deseo que del objeto, ese discreto motor que orienta las decisiones. El foco en el objeto, en este caso la pieza material —por más necesario que sea—, quizá nos impida ver qué queremos que el concurso sea: una arquitectura que hable de los intangibles y de las deudas que tenemos como institución a la hora de reflexionar sobre un programa esencial de nuestra disciplina, la casa.
La maquinaria de la Rifa —tanto para el Viaje como para la Casa— se rearma en ciclos anuales que muchas veces asumen experiencias anteriores como «ideas recibidas» carentes de coordinación o reflexión, que las atraviese en el tiempo y les dé continuidad. Seguramente sea posible pensar en grupos de trabajo, comités, comisiones, mesas de reflexión permanente entre docentes y estudiantes, o lógicas académicas —incluso curriculares— que abracen el potencial del Concurso de la Rifa, alejadas del objeto y la urgencia de las premiaciones, y que nos permitan reflexionar sobre la vivienda que se produce en nuestro contexto, su impacto y potencial crítico como constructora de imaginarios colectivos que repercutan hacia adentro y hacia afuera de la FADU.
Pensar la Casa de la Rifa trascendiendo el objeto, para analizar colectivamente los deseos y anhelos de nuestra casa de estudio, favoreciendo la emergencia de alteridades que nos enfrenten a un debate fructífero y enriquecedor, podría arrojar luz sobre los persistentes rincones opacos que la propia maquinaria de la Rifa —con cierta complicidad institucional— ha construido en su movimiento perpetuo en busca de un ganador para este concurso imposible.
Texto de Martín Cajade para el Campo temático de la R17, disponible en papel a partir del 24 de octubre
Martín Cajade (Montevideo, 1983). Arquitecto desde 2015 (Udelar). Docente asistente de Proyecto en el Taller Velázquez (FADU-Udelar). Tiene seis participaciones en el concurso de la Rifa y cosechó un segundo premio, alguna mención e innumerables discrepancias con las decisiones de los respectivos jurados.